Siete casas vacías de Samanta Schweblin


Tras el shock inicial de leer la última página de este libro de cuentos (ganador del Premio de Narrativa Breve Ribera del Duero 2015) de la argentina Samanta Schweblin me dispongo a reseñar Siete casas vacías. 
Cuentos sí. Cuentos de la vida real, cuentos que rasgan el alma cuando se leen, que nos hacen cerrar los ojos y suspirar al final de cada uno de ellos o reír a carcajadas ante lo rídiculo de la realidad más acída. Cuentos de tal grandeza literaria que uno solo de ellos vale por mil novelas de Zafón o Gellida. 


En estos cuentos la escritora porteña nos introduce en el pensamiento de sus protagonistas, nos hace experimentar su angustia, nos hace sentir el dolor de su vida, palpar su incredulidad ante unos hechos que no logran entender del todo. Palpamos la realidad distorsionada a través de la mente. Samanta nos arrastra a la locura del pensamiento para hacernos reflexionar sobre la complejidad de las relaciones humanas. 




Nada de todo esto
Una madre y una hija. Juntas recorren un barrio adinerado con su viejo coche. Se detienen a observar las casas. Invaden uno de estos perfectos jardines y, no pueden sacar el coche del barro sobre el que se deposita el césped. La hija se desespera tratando de controlar la obsesión de su madre, que se las apaña para entrar en la casa de una familia adinerada. 

"Desde que tengo memoria hemos salido a mirar casas, hemos sacado de estos jardines flores y macetas inapropiadas."
Mis padres y mis hijos
Para Javier todo se desmadra cuando lleva a sus padres a 300 kilómetros de su casa para pasar las vacaciones junto a sus hijos pequeños, su ex Marga y la pareja de ella, Charly. Marga necesita controlar todo, pero la enfermedad de los padres de Javier hacen que todo sea incontrolable. El miedo a discutir, la desesperación de no controlar a sus padres y el dolor de una relación que ya se acabo marcan los pensamientos de Javier.

Para siempre en esta casa
Al señor Weimer y a su esposa no les queda más remedio que vivir cargando el dolor de la muerte de su hijo. Su vecina es la voz activa de la narración. Ella también tiene que vivir con el dolor de una ausencia. En el banco del jardín se sienta junto a su vecino a beber limonada... 

La respiración cavernaria
Lola ya es mayor, es mayor y está cansada. Tan cansada que lo único que espera ya de la vida es la muerte. El problema está en que ya no es muy consciente de su propia vida. Rodeada de miedo, dolores y olvidos vivimos su día a día. Aunque no somos muy conscientes de si han pasado días, horas, o noches. No somos muy conscientes de si Lola tiene hambre o no, o de sí Lola ha guardado lo que debía guardar, o de sí... da igual lo qué porque a Lola le cuesta mucho recordar, bueno a Lola le cuesta mucho todo. Un relato que desgarra el alma. 
"Quería morirse, pero todas las mañanas, inevitablemente, volvía a despertarse"
Cuarenta centímetros cuadrados
Eso es lo que ocupa nuestro cuerpo en el mundo. A veces solo necesitamos caminar a solas para poder reflexionar. Diversos pensamientos acuden a la mente de nuestra narradora de camino a la farmacia, hasta que se sienta reflexionar en un banco de la parada del subterráneo.

Un hombre sin suerte
La narradora de este relato (ganador del Premio de Narrativa Breve Internacional Juan Rulfo del 2012) tan solo tiene 8 años. Los cumple el mismo día que sus padres salen corriendo al hospital con su hermana pequeña, que parece vivir sólo para fastidiarla. Mientras reflexiona en la sala de espera del hospital un hombre desconocido se sienta junto a ella. Minutos después salen juntos a la calle.  El caos reina alrededor de nuestra cronista que no entiende nada de lo que sucede. 

Salir
Recién salida de la ducha, con el pelo envuelto empapado en la toalla y un albornoz de baño como única vestimenta quizás no sea la forma más adecuada de salir a la calle, aún así nuestra protagonista necesita salir de su apartamento. En el ascensor coíncide con un desconocido con el que decide pasear un rato en su coche. Un acto irracional como vía de escape a la tensión, quizás la forma adecuada de evitar una discusión. 




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