La señora Dalloway, una novela deliciosa de Virginia Woolf

Estamos en junio del año 1923. Hace calor, más de lo habitual. Clarissa da una fiesta esta noche. Lo mejor de la sociedad británica acudira a su casa y todo debe de estar perfecto.

No parece que se pueda sacar mucha chicha de un libro con este argumento, pero no nos equivoquemos, estamos ante una verdadera obra de arte. Virginia Woolf roza la perfección con esta novela de monólogo interno. Una lectura más que recomendable que sigue la línea del Ulysses de James Joyce.
Da miedo, o tal vez cierto respeto, disponerse a reseñar una obra del calibre de La señora Dalloway. Debería de ser sencillo, al fín y al cabo es un día en la vida de Clarissa Dalloway, una dama de la alta sociedad británica casada con un diputado del partido laborista. Debería pero no, no lo es.

"Qué absorbente es esta vida, misteriosa e infinitamente rica."


Al principio sólo está Clarissa y sus pensamientos, sus recuerdos del pasado y su vida presente. Pero a medida que avanzamos, Virginia, hace que saltemos de la mente de Clarissa a la Peter Walsh, Septimus Warren Smith, Doris Kilman, Sally Seton o Lady Bruton. Por supuesto, todo con una prosa deliciosa, rozando la lírica. Cuando Clarissa Dalloway entra en la floristería respiramos junta a ella el dulce olor de la tierra del jardín. Porque Virginia Woolf nos hace sentir la naturaleza cuando la leemos. Sentimos el sol calentar nuestro cuerpo, las hojas crujir bajo nuestros pies al caminar, la brisa fresca en nuestra cara… Nos atrapa en su prosa y nos lleva al interior de la mente de sus personajes, y seguimos sintiendo. Sentimos las dudas, la incertidumbre, el dolor, la felicidad, la congoja, la ira. Cuando leemos a Virginia podemos sentirlo todo. Hasta el paso del tiempo.

"El Big Ben empezaba a sonar, primero el aviso, musical; después, la hora, irrevocable."

El tiempo. El Big Ben marca el ritmo, al igual que marca las horas. Está presente a lo largo de la novela, e incluso, de vez en cuando sirve para entremezclar las historias de cada personaje. Clarissa es la que da la fiesta pero sin estar presente quien le pone fin es Septimus, para mí el personaje más relevante de la novela y que Virginia ha plasmado con una perfección abrumadora, sobre todo si pensamos en sus propios trastornos mentales.


Septimus Warren Smith es sensible, siente la poesía, ama la literatura, adora a Shakespeare y admira a su esposa Rezia, una joven italiana que conoció durante la Gran Guerra, pero cuando mataron a su amigo Evans no sintió nada. Evans murió asesinado, el lo vió morir y no sintió nada. Woolf nos describe con precisión el dolor de Septimus, su depresión, las alucinaciones, el shock, los delirios creativos que lo obligan a escribir, para poco después volver a la realidad por un instante y luego, volver a sumirse en el abismo al que lo llevan sus alucinaciones. Junto a Septimus está Rezia, desesperada y sola a pesar de acudir a varios médicos, uno de ellos, Sir William acudirá a la fiesta que da la señora Dalloway en su casa.
"Todo tiene que acabar, y nadie en el mundo llegaría a saber hasta qué punto había amado todo esto, hasta qué punto, a cada instante..."
También acude a la fiesta Peter Walsh, el antiguo amor de Clarissa. Peter es un romántico enamoradizo. Un escritor frustrado que ha encadenado fracaso tras fracaso. Recién llegado de la India detesta a la sociedad inglesa, a la que considera frívola. Es la voz crítica de la novela, destripa lo detestable de la sociedad junto a Sally Seton, la antigua amiga de ambos.

Una novela rica en contenido, que se basa en la cotidianeidad para hacer una denuncia social de los problemas de su tiempo, algunos aún presentes. Con un gran enfoque feminista, mostrando el papel reservado a la mujer por la sociedad y las dificultades de nuestro género. Una gran novela que no deja indiferente, que sin contar nada lo cuenta todo.

Comentarios

  1. Parece muy interesante y le has dado muy buen toque de curiosidad. Me la apunto para leérmela. jejejeje.
    Un saludo.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario