El juego del ángel. Zafón reinventa a Edgar Allan Poe

Zafón es un genio. Reitero por segunda vez. Prueba de ello es que todo genio tiene una obra que se considera incomprendida. La presente novela, segunda parte de la saga del Cementerio de los Libros Olvidados, es una alegoría del poder del alma en la literatura, a la creación de las religiones con el fin único de dominar y atormentar aquellos que poseen una alma inmortal a la condena o la gracia eterna.

Edgar Allan Poe

En las redes sociales de lectores las opiniones son variopintas y, segura de ello, si hubiesen leído los relatos de Edgar Allan Poe antes de leer esta novela, encontrarían muchos paralelismos, con lo cual, las críticas y la puntuación de El juego del ángel serían totalmente distintas.

El genio Zafón, como Poe, nos describe una Barcelona tétrica, misteriosa, enterrada en brumas y maldita. La realidad se confunde con lo onírico y se reencarna en una perfecta novela negra de primeros del siglo xx.

Si Poe era el pionero y maestro del terror psicológico, consecuencia natural de la evolución de la corriente gótica del momento, Zafón lo reinterpreta hasta límites que un escritor rara vez usaría sino para explicar un problema mental, una esquizofrenia o un trastorno disociativo. El autor sugiere, con leves pinceladas, una realidad susceptible de interpretaciones que el lector realizará al terminar la lectura de este libro.

El carácter sobrenatural se diluye en las líneas entre el tormento de la culpa y los sueños, confundiendo al lector hasta que éste va reconociendo en la trama el quid de la cuestión para luego ser confundido, de nuevo, y regresar a las tinieblas. La realidad de David Martín nunca estuvo tan mezclada de componentes anteriormente mencionados, al principio en el primer acto, para ir ahondando en cada parte del libro en el tormento de perder un padre, la mujer amada, entregada a su mejor amigo, y su posible cordura en el tercer y último acto.

¿Quién es Andrea Corelli o, mejor dicho, quién es Cristina Sagnier? Esta es la pregunta que todos nos haremos al terminar la novela. El desenlace desemboca en todos y cada uno de los cabos que fueron surgiendo, revelando la única verdad para descender al abismo.

Daguerrotipo de Edgar Allan Poe (1848) tomado por W. S. Hartshorn

La perfecta novela negra

Carlos Ruiz Zafón nos enseña cómo se hace una novela negra en toda regla y de manual: miedo, violencia, injusticia, inseguridad y corrupción del poder político.

El miedo se respira en toda la novela en un ambiente opresivo para el huérfano David Martín, cuando siegan la vida de su padre, en un entorno violento en la década de los pisteleros de la Barcelona pre-bélica. La injusticia se transforma en Grandes Esperanzas cuando a Martín se le aparece un padrino, Pedro Vidal, para hacer realidad la analogía de la obra de Dickens, con la diferencia que, en lugar de ser un caballero, se convierte en un escritor de prestigio -bajo un seudónimo-.

Con el tiempo, harto de ser un escritor de novelas de misterio, recibe un encargo inverosímil y aparece en escena otro padrino con una buena dote para que le escriba la obra principal: una nueva religión para ser el nuevo Dios de este mundo. El personaje misterioso le revela solamente lo que quiere, como una subconsciencia de recuerdos reprimidos.

La inseguridad se hace patente cuando alquila una vivienda para un retiro más acuciante para su nueva tarea en donde aparecen nuevos secretos que no deben ser revelados. Ahí es cuando comienza la pesadilla, lo onírico y lo tormentoso. Andreas Corelli y David Martín son el epicentro de la trama a partir de ese momento, para convertirse en un cataclismo para toda las personas que les rodean llenando Barcelona de cadáveres, llamando la atención de la policía pistolera y corrupta de la época. 

Lux Aeterna, la obra maldita de Diego Marlasca, encuentra una nueva alma que sacrificar, llevándose por el camino incontables muertos, todos cercanos a David Martin, maldito, exonerado de cualquier culpa porque el joven escritor vive una realidad paralela a los hechos.

Cristina Sagnier, el amor platónico, prohibido del joven escritor, se ve pervertida por el ritmo de la trama, de los acontecimientos y, sumiéndose en un estado perpetuo de pesadilla, es contagiada del mal que cubre el alma de David Martín. La entrega del manuscrito de la nueva religión queda suspendida por la maldición y descubre que el alma de un libro puede estar maldita, que le puede poseer para heredar la miseria y el sino con el que fue creado.

Si en la primera novela el arquetipo principal era el amor y el lector dejaba una parte de su alma cuando lee un libro y que lo que lee es un reflejo de su propia vida, como al mirarse a un espejo, en esta segunda entrega es la maldición; el libro que se está leyendo se apropia del alma para terminar lo que ha comenzado en un estado onírico a perpetuidad. 

Una novela que ha poseído a Zafón, como hemos visto, como si estuviese escrita por Edgar Allan Poe.


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