Amancebada por esta época de esplendor -sobre todo en la pintura y literatura de nuestro país-, sigo sorprendida por la labor literaria y divulgativa del saber de este autor tan prestigioso dentro y fuera de nuestras fronteras. No es de escatimar en la compra de cualquiera de sus novelas porque explora las bajezas y los ensalzamientos humanos desde la raíz.
Rigor histórico

Salvo el vocabulario, toda la ambientación es estrictamente del siglo XVI. No hay un solo detalle que omita Gómez-Jurado, desde las enseñanzas en el arte del robo a mano desarmada al conocimiento exhaustivo de las galeras.
Parece como si el autor hubiese sido un galeote y supiese bien lo que es bogar una embarcación de la época. Con él sabremos qué funciones tiene el cómitre, el contramestre o qué es un jubeque.
La guinda del pastel son los misterios compartidos de la fragua sevillana, el arte del temple del metal así como la pureza y la dureza per se; así como una breve demostración de un entrenamiento del buen espadachín.
La construcción de los personajes son dignos de estudio porque cada uno tiene su propia personalidad, al igual que el físico característico, porque llama la atención que el autor proporcione a cada creación un talante arrollador, como si de una máquina del tiempo medieval se tratase y viajase en ella, para dibujarnos un fresco de Velazquez en forma de libro: Las meninas serían los personajes principales, el perro sería el grandísimo villano, y el espejo de fondo sería el propio autor de La leyenda del ladrón.
La villanía está perfectamente explicada con su germen, sus principios y sus pretensiones. Cada pasado de cada personaje pintoresco, a la vez que realista, es digno de precuelas literarias al más puro estilo George R.R.Martin, debido a la profundidad y misterio que ellos encierran.
Guiños al siglo de Oro
Esta novela histórica hará las delicias de los amantes de este tipo de novelas, sobre todo a aquél que ame tanto como yo El lazarillo de Tormes -que es básicamente una novela cuasi picaresca-, Don Quijote de la Mancha, la obra de Shakespeare y otros tantos detalles alados. También recordará a más de uno al Capitán Alatriste.
No son fáciles de introducir en una novela con tintes históricos en donde la ficción sirve como relleno. Pero si en ese relleno se colocan esos distintos tintes o guiños al siglo de Oro es fácil asombrarse por la veracidad de unos hechos que bien pudieron haber ocurrido: Como figuras de la época en las que se reencarna el saber de la curación a manos de Monardes (suavizado en esta novela) compartiendo los demás rasgos con Vargas; Clara comparte el saber de una buena boticaria y médica como su homónima real Elena de Céspedes, pero esta con un final un tanto infeliz.
En conclusión, lejos de dotar un tono ensayístico, nos encontramos ante una novela de aventuras digna de cualquier obra de Alexandre Dumás o de Reverte pero con el toque distinguible y distinguido de uno de los mejores autores de novela negra de nuestro país, con permiso del monstruo Gellida.
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