John Verdon descubrió la fórmula del éxito, o de su éxito, con su primera novela, Sé lo que estás pensando, y en esta segunda entrega quiso explotarla de nuevo. La atractiva construcción mecánica de las viejas novelas policíacas de finales del siglo XIX y principios del XX fueron decisivas para su estreno literario.

En el mundo literario hay plazos de entrega y, salvo Donna Tartt que publica cada diez años y otros autores exclusivos, los contratos son cerrados, por lo tanto Verdon debe cumplir con los mismos. Esto se hace patente en la trama, en la construcción de los personajes, los cuales están sometidos a una gran presión sin explicar lo básico (pretensiones, deseos, motivaciones), con lo cual, parece que han salido de un psiquiátrico -una casualidad para quien ya haya leído el libro-, en conjunción, la historia sólo funciona como un mecanismo de relojería que está a punto de estallar por la inverosimilitud e incoherencia de multitud de situaciones y falta de desarrollo de personajes potenciales que podrían ser muy interesantes -una agente en la academia más despierta que sus compañeros-.
Otros personajes aparecen en escena de forma breve, aparentemente construidos con un propósito que no se esclarece hasta el final de la novela sin que por ello sea determinante su presencia en la trama. Es más, son personajes totalmente prescindibles y casualmente excéntricos -el extraño hombre de la mansión y vecino del doctor, o el marchante de arte-. En cambio, otro personaje, cuya breve aparición no deja de ser anecdótico, tiene todo el peso y la carga del protagonismo en la páginas finales del libro, cuyo juego, al igual que la agente de policía de la academia, hubiese dado mucho más de sí en la novela.
Otros personajes aparecen en escena de forma breve, aparentemente construidos con un propósito que no se esclarece hasta el final de la novela sin que por ello sea determinante su presencia en la trama. Es más, son personajes totalmente prescindibles y casualmente excéntricos -el extraño hombre de la mansión y vecino del doctor, o el marchante de arte-. En cambio, otro personaje, cuya breve aparición no deja de ser anecdótico, tiene todo el peso y la carga del protagonismo en la páginas finales del libro, cuyo juego, al igual que la agente de policía de la academia, hubiese dado mucho más de sí en la novela.
En el desenlace final, el inicio y el fin están perfectamente entrelazados, como había mencionado, pero con todas aquellas taras, sin la debida atención en la lectura, quedan muchas preguntas por determinar.
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John Verdon- Fuente |
Estoy segura que con más tiempo Verdon hubiera hecho una novela más pulida porque la idea de fondo, que para mi es brillante -el negocio de la trata de blancas camuflada en un hospital psiquiátrico-, queda destrozada en esta historia.
John Verdon quiso reiniciar un género policíaco al estilo de Conan Doyle o Ross Macdonald, que parecía en desuso, cuando se había retirado a la zona de las montañas de Catskill para escribir sus novelas y, justo después de su primer superventas, surgió una buena idea en la que no supo hilar fino.
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